estelnegre | 15 Juliol, 2010 14:22
El atentado
frustrado
contra el militar. Estos días de julio, como los de hace 74
años, están siendo
muy calurosos. Como ayer, el 14 de julio, pero de 1936,
hacía calor. Pero ese día,
Franco decidió dormir con las ventanas y la puerta que daba
al jardín de la
Comandancia Militar de Canarias bien cerradas. Había rumores
de que pretendían
matarle. Y el cerrojazo frustró el plan de tres anarquistas
para asesinar al
general.
«Socorro,
auxilio,
pistoleros», gritó Franco al ver que intentaban
entrar por la fuerza en su
habitación de la Comandancia Militar de Canarias. Llevaba
pocos meses en la
capital tinerfeña, pero ya sabía que un
día de ésos iba a ser el objetivo de un
atentado, así que tomaba sus precauciones. Entre ellas,
dormir con las puertas
y ventanas cerradas a cal y canto. La decisión de matarlo
fue tomada en una
reunión entre varios miembros del Comité
Confederal de Canarias y la Federación
Anarquista Ibérica (FAI). Sin embargo, este plan
nació abocado al fracaso; uno
de los allí reunidos traicionaría a sus
compañeros e informaría de sus
intenciones a altos mandos militares.
El libro Crónica
de
vencidos, del investigador Ricardo García Luis,
recoge varios testimonios
sobre ese intento de atentado a Franco la noche del 14 de julio de 1936
en
Santa Cruz de Tenerife. Una de esas testificaciones es de Antonio
Tejera
Alonso, conocido como Antoñé.
Este santacrucero fue uno de los tres anarquistas
que quisieron matar a Franco aquella calurosa noche de hace 74
años.
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Plan con ayudas
No estaban
solos. Tenían
ayuda dentro y fuera de la organización. Una de las
colaboradoras
imprescindibles para que su plan saliera bien era María Culi
Palou, una
catalana de 42 años y residente en Santa Cruz de Tenerife.
Regentaba una
cantina de soldados que hoy en día es un pequeño
garaje empotrado en uno de los
laterales de Capitanía General. Esta mujer, conocida como Maruca,
pasó muchos
años en prisión acusada de ayudar a la
resistencia que luchaba contra la
dictadura. En su ficha consta como agente de enlace de elementos
extremistas y
fue juzgada y condenada el 11 de enero de 1937 junto a 60 personas
más.
Diecinueve
meses antes de
eso, Maruca estaba libre. Y como cada día, el 14 de julio
del 36 abrió la
cantina para atender a los clientes. Entre ellos, los tres anarquistas
que
planeaban asesinar a Franco. Aunque el investigador desconoce la
identidad de
uno de los tres, sí está seguro de que los otros
dos eran Antoñé y Martín
Serarols Treserras, conocido como El Catalán y fusilado el 9
de enero de 1937
por pertenecer al Comité de Defensa Confederal de Canarias.
Ninguno fue
nunca
relacionado con el atentado contra Franco, pero eso no
podían adivinarlo aquel
día en la cantina de Maruca. En algún momento de
la tarde-noche se colaron por
una trampilla de la cantina y subieron hasta el corredor que
conducía a la
habitación del dictador.
La
información de que
Franco planeaba un golpe de Estado no se quedó entre las
cuatro paredes de su
despacho ni fue un secreto especialmente bien guardado, por lo que
llegó hasta
los oídos de la Confederación Nacional del
Trabajo (CNT), de la Defensa
Confederal de Canarias y de la Federación Anarquista
Ibérica. Estas
organizaciones contaban entonces con la ayuda de Antonio Vidal
Arabí, un
intelectual catalán que vivía en Santa Cruz de
Tenerife. «Para mí, este hombre
fue el cerebro de la conspiración», afirma
García Luis.
Pero en la
reunión donde se
decidió asesinar a Franco, había un traidor. Tal
vez no se planteó la
deslealtad entonces, pero no tuvo dudas cuando un militar --retirado a
la
fuerza al entrar en vigor la Ley Azaña-- le
advirtió de que una vez Franco se
hiciera con el poder, él iba a ser detenido y fusilado. El
investigador asegura
que el militar conocía muy bien a esa persona e incluso eran
de la misma isla. Aunque
no quiere decir el nombre de quien más tarde
pasaría información a los
militares, tiene datos que desvelan el «tremendo»
historial del sujeto como
miembro de la FAI. «Hizo barbaridades» y era uno de
los activistas más
radicales.
Pero,
ajenos a este hecho,
los tres anarquistas comenzaron a subir por la trampilla que conectaba
la
cantina de Maruca con las dependencias que ocupaba el general. Cuando
llegaron
a la azotea de la cantina se dirigieron al corredor que
había encima del jardín
de la Comandancia Militar y lo recorrieron hacia la puerta que daba a
la
habitación de Franco. Pero, una vez frente a ella, la
encontraron cerrada por
dentro. Aun así, intentaron varias veces abrirla a la
fuerza. No hubo forma. Franco,
alertado por el ruido, comenzó a pedir auxilio. Al menos,
ésa es la versión de
Antoñé.
«Un
sargento decía que la
puerta estaba abierta siempre y, claro, era entrar allí,
pum, pum, pum, y
liquidarlo», relató Antoñé a
García Luis. «Resulta que estábamos
allí y la
puerta estaba con una tranca por dentro, cerrada, pin pun, pin pun, pin
pun, y
aquello no cedía; era de tea, ¡toda de tea!
Entonces, Franco se tiró a la parte
de la plaza Weyler, p'allá: ¡Socorro, auxilio,
pistoleros!», añadió
Antoñé. Según
el anarquista, si Franco hubiera sido «un hombre valiente y
sereno» habría
acabado con la vida de los tres «como perros».
Ricardo
García Luis explica
en su libro que este intento de atentado también fue
recogido por Joaquín Arrarás,
biógrafo del dictador, en su libro Franco, 1939. No
obstante, difiere del
testimonio de Antoñé. Según
Arrarás, «pretendían los sicarios
escalar la tapia
del jardín y llegar por él al pabellón
central, donde se hallaban las
habitaciones de Franco. Los asaltantes eran tres. Cuando se encaramaron
en la
tapia, uno de los centinelas del jardín les echó
el alto y, como no
respondiesen, hizo fuego poniéndoles en fuga».
---
Tercera versión
El teniente
general
Francisco Franco Salgado-Araujo, en su libro Mi vida junto a
Franco,
también escribe sobre este hecho. «Entrado el mes
de julio, ante la insistencia
de la información anónima que recibía,
en la que se decía que los planes para
asesinar a Franco seguían preparándose,
decidí reforzar la guardia de Capitanía
y aumentar la escolta personal de oficiales».
Salgado-Araujo
continúa el
relato: «En el indicado centro milita había una
escalera que comunicaba el jardín
con las habitaciones particulares del comandante general y
señora. Un
atardecer, varios soldados que estaban de servicio notaron que alguien
se movía
y resguardaba por los árboles que estaban junto a la tapia
del edificio. Dispararon
rápidamente haciendo huir a varios individuos. Eran tres y
se internaron por
calles recién abiertas que había en aquel
sector». Este teniente general, al
contrario que Antoñé, no describe a un Franco
asustado: «Franco, que estaba
acostado, se enteró de lo sucedido, pero no le dio
importancia y siguió descansando»,
asegura en su libro.
Las tres
versiones difieren
sobre cómo ocurrieron los hechos, pero no en que ocurrieron.
Mientras el biógrafo
de Franco informa que el intento de atentado fue el 13 de julio, el
anarquista
lo fecha el 14. Aunque Antoñé no
desveló a García Luis su participación
en lo
sucedido (durante su relato sí se le escapó un
«estábamos»), su hijo Antonio,
ya fallecido, aseguró al investigador que su padre le
contó muchas veces cómo
intentó matar a Franco.
Días
después del frustado
plan para matarle, el 18 de julio de 1936, Franco dio el golpe de
Estado que
dio inicio a la Guerra Civil española.
El cerebro de la trama
La
tripulación del Tinerfe,
atracado en el muelle norte del Puerto de Santa Cruz, se
debió dar un susto
tremendo cuando varias personas lo abordaron un día de
septiembre de 1936. Entre
ellas, Antonio Vidal Arabí, que meses antes había
planeado el atentado fallido
contra Franco en la capital tinerfeña.
Antonio
Vidal llegó a
Tenerife desde Barcelona en 1923. Era un activista convencido del
Comité de
Defensa Confederal de Canarias. Considerado un intelectual muy
inteligente fue,
según asegura el investigador Ricardo García
Luis, el cerebro del plan para
asesinar a Franco el 14 de julio del 36.
Con una
gran sensibilidad
para el arte, trabajó como escultor. No obstante, se ganaba
la vida haciendo lápidas
de mármol y de piedra. Su negocio creció tanto
que tuvo que trasladarlo desde
su casa a un local al lado del cementerio de San Rafael y San Roque. Su
actividad política le obligó a firmar los menos
papeles posibles. Por eso,
aunque el local de Antonio aún está en el mismo
lugar, sigue vacío. «No hay
papeles que demuestren de quién es para poder
venderlo», informa el
investigador.
A pesar de
que García Luis
desconoce la identidad de uno de los tres anarquistas que atentaron
contra
Franco, se niega a creer que el tercero fuera Vidal Arabí.
«No podían
arriesgarse a que alguien como él fuera
arrestado», indica.
Las
actividades políticas
de este catalán le obligaron a esconderse muchas veces.
Según García Luis, el día
que asaltó el Tinerfe tenía la
intención de ir en busca de ayuda para luchar
contra el régimen de Franco en Tenerife. Sin embargo, nunca
volvió. El
investigador cree que se fue a Estados Unidos. De todas formas, nadie
volvió a
saber de él en la isla.
Sol
Rincón Borobia (Santa
Cruz de Tenerife)
(Diario
de Mallorca,
15-07-10)
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