estelnegre | 27 Agost, 2007 08:57
Luchó toda su vida por
el triunfo de las ideas
libertarias, mantuvo viva la llama anarquista durante los
años cuarenta y
cincuenta. Hace 50 años, en agosto de 1957, fue abatido en
una emboscada en
Barcelona como si se tratara de un perro rabioso. Josep
Lluís Facerías, un
personaje peculiar.
Luchó
toda su vida por el triunfo de las ideas
libertarias y murió en una emboscada como si se tratara de
un animal rabioso.
Fue abatido en las puertas del manicomio de Sant Andreu, en Barcelona.
Ni
tiempo tuvo para sacar el arma.
Y
había tomado las precauciones de siempre, como era su
estilo. Llegó en un taxi una hora antes a la cita y dio una
vuelta por el lugar
para comprobar que no hubiera nada sospechoso. Se apeó del
vehículo en la
confluencia de Doctor Urrutia con Pi i Molist y, apenas se
quedó solo, abrieron
fuego contra él desde ventanas y azoteas. Aún
herido, tuvo un reflejo y saltó
un pequeño muro para dejarse caer en un solar que estaba
cuatro metros más
abajo. Desde las ventanas de un edificio de la calle Nilo, inspectores
y
agentes de la Brigada Político Social (BPS) le remataron con
fusiles y armas
automáticas. Murió como siempre han muerto los
bandidos.
Ocurrió
hace ahora 50 años, el 30 de agosto de 1957. El
muerto, además de una pistola y cinco cargadores, llevaba
500 francos
franceses, 1.000 pesetas, librillo de papel de fumar, petaca y un
espejito,
porque siempre le gustó mucho cuidar su imagen. Le llamaban Petronio
por
su elegancia. Era Josep Lluís Facerías, enemigo
público número uno de la
policía franquista, uno de los cuatro jinetes de la lucha
libertaria junto a
Sabaté, Massana y Ramón Vila.
Facerías
murió en una España muy distinta de aquella en
la que empezó su lucha. Se había iniciado una
nueva época y, como les ocurrió a
los viejos forajidos del Oeste americano, no se dio cuenta de que la
oposición
a la injusticia y la opresión ya no estaba en el poder de
las pistolas, sino en
la lucha política. Apenas unos meses antes se
habían iniciado huelgas laborales
en el País Vasco y Cataluña, y habían
sido encarcelados estudiantes, hijos de
la burguesía, a causa de las protestas en la Universidad. La
política de
"reconciliación nacional" de los comunistas comenzaba a dar
sus
frutos.
Pero para
Facerías, Sabaté, Ramón Vila y
Massana, el
derrocamiento del franquismo estuvo siempre ligado a la lucha armada, a
atentar
contra los represores del régimen y a "infligir golpes a la
economía del
Estado". Y, como escribía el historiador anarquista Antonio
Téllez,
"la tragedia de estos hombres es que tuvieron que batirse contra dos
frentes: la represión franquista y el abandono de sus
propios compañeros de
ideas".
Facerías,
como los otros, se
pasó la vida recibiendo hostias de todas partes: de la
República, del franquismo, de los
comunistas, de la organización anarquista ortodoxa...
Biografías similares: al
estallar la Guerra Civil, con 16 años, se afilió
a las Juventudes Libertarias,
marchó al frente de Aragón con la Columna Ascaso,
fue hecho prisionero y, tras
la cárcel, la mili obligatoria. Así hasta 1945.
Atrás quedaron una mujer y una
hija que tomaron el camino del destierro y a las que nunca
volvería a ver, porque
la vida familiar y la lucha clandestina han sido siempre incompatibles.
En 1945,
libre al fin, creó el Movimiento Libertario de
Resistencia para seguir la lucha en el interior, renunciando al
cómodo exilio
en Francia. Había que demostrar que la guerra no
había terminado e impedir que
la ONU aceptara el régimen de Franco y que los americanos
pactaran con el
dictador. Según la propia BPS, los objetivos de estos grupos
de acción eran:
"Desorganizar la economía del país, cometer
atracos para financiar a la
organización anarquista en Toulouse, eliminar a personas
adictas y fieles al
Nuevo Estado y crear, en definitiva, un ambiente de terror que
desmoralice al
pueblo y provoque la intervención extranjera ante la
incapacidad del gobierno
español para dominar el caos".
La II
Guerra Mundial había terminado y los aliados
habían
perdonado la vida a Franco. El esfuerzo de todos los
españoles que habían
luchado en Europa contra el fascismo había resultado
baldío. Y mientras los
comunistas decidieron abandonar la lucha armada, los anarquistas
intensificaron
la guerrilla urbana haciendo de Barcelona su centro de operaciones.
Los que
venían del exterior se quedaban sorprendidos de
cómo habían cambiado las cosas en unos pocos
años, se encontraban con
compañeros que nada tenían que ver con los de
hacía unos años, aun siendo los
mismos. Los motivos del cambio se hallaban sin duda tras las
terroríficas
estadísticas: 180.000 desaparecidos y 75.000 fusilados. Era
una población
esquilmada por la guerra, hambrienta, apaleada y asustada.
Así
lo explica el historiador Bernat Muniesa:
"Facerías y Sabaté adquirieron una personalidad
mítica en estos años
porque los que habían perdido la guerra se consolaban de
alguna forma con sus
acciones. Ellos eran los que seguían una lucha en nombre de
todos, ya que la
gran mayoría estaba quieta por el miedo a la supervivencia".
Unos tipos
arriesgados y
audaces que lo
mismo se aventuraban a ir a tomar un café en el bar de
Vía Layetana frecuentado
por policías de la cercana jefatura que, como Massana,
mostraban gran sentido
del humor al dedicarle un "disco solicitado" al comandante de la
Guardia Civil de Berga, Espérame en el cielo.
Facerías
y Sabaté fueron los mitos de la clase obrera
oprimida a la vez que sus nombres poblaron de pesadillas los
sueños de los
niños de buena familia a los que sus padres amenazaban
diciéndoles que si no
eran buenos, vendrían Sabaté o
Facerías, capaces de todo tipo de atrocidades.
"Acciones
económicas" o
"expropiaciones", según los activistas; vulgares atracos
para la
policía y la prensa. Pero el sentido ético de los
libertarios era de tal
magnitud que se planteó un debate sobre la conveniencia de
elegir bancos o
fábricas para sus actividades. Y escogieron los bancos por
la sencilla razón de
que sería el Estado el responsable de indemnizar a los
afectados, mientras que
si se asaltaban las cajas fuertes de las fábricas, se
corría el riesgo de que
los obreros se quedaran sin cobrar su semanada.
Se calculan
en unos 400 los golpes económicos dados por
los anarquistas entre 1945 y 1950; posteriormente, la actividad fue
mucho menor
tras la gran derrota sufrida por la guerrilla al final de los cuarenta.
Hubo
asaltos a joyerías, a fábricas de
automóviles, a constructoras y a empresas de
otros sectores industriales, pero la mayor parte de las
"expropiaciones" se efectuaron en entidades bancarias de
Cataluña y,
concretamente, de Barcelona.
Valga como
ejemplo de su forma de actuar lo ocurrido con
motivo de un atraco que Facerías llevó a cabo en
Madrid, probablemente la única
ocasión en la que actuó fuera del territorio
catalán. Una anécdota que relata
Josep M. Loperena, autor de la novela Ulls de Falcó,
basada en la
personalidad de Facerías.
Wenceslao
Giménez Orive, el legendario luchador
libertario Wences, pidió a
Facerías que le acompañara a Madrid para
ayudarle en un intento de matar a Franco. Wences había hecho
un contacto con
alguien del interior de El Pardo quien, a cambio de una importante suma
de
dinero, les facilitaría la entrada en el palacio en que
residía el Caudillo,
para que pudieran volarlo por los aires.
Como no
tenían el dinero que les exigía el desconocido,
decidieron atracar un banco y escogieron una sucursal del Popular en la
calle
de Embajadores. Necesitaban un vehículo y se dirigieron a
las inmediaciones del
hotel Palace, donde se fijaron en un cochazo americano (un haiga,
como
se decía en la época) en cuyo interior aguardaba
un chófer uniformado.
Facerías, que era de finos modales, subió al
vehículo y le contó al conductor
que eran anarquistas y necesitaban el coche para una acción,
pero que no
temiera nada porque se lo devolverían una vez realizada.
Se
dirigieron a la puerta del banco y entraron en él
Facerías y Wences mientras los otros dos preparaban la
retirada. En menos de
dos minutos vaciaron las arcas y, cuando ya salían,
Facerías reparó en una
viejecita que lloraba desconsolada porque se habían llevado
10.000 pesetas que
acababa de darle al cajero para realizar un ingreso.
Facerías le dijo a Wences
que aguardara y sacó, no 10.000, sino 20.000 pesetas, y se
las entregó a la
mujer, que, agradecida, le dio un beso.
La salida
resultó espectacular. Fueron sorprendidos por unos
policías cuando arrancaban y comenzaron a cruzarse disparos.
Los asaltantes
lograron salir de Embajadores, pero, como no conocían
Madrid, fueron a dar de
nuevo a la puerta del banco, donde se habían congregado gran
número de
policías. Finalmente le devolvieron el coche al
chófer tal y como le habían
prometido y, al comprobar que el contacto de El Pardo no daba
señales de vida,
Facerías regresó a Barcelona y los otros se
fueron hacia Andalucía a contactar
con compañeros y a repartir el botín entre
personas necesitadas.
La
actividad de los "grupos de acción",
exceptuando alguna tirada de octavillas o una acción de
propaganda, se centraba
prácticamente en la "recaudación de fondos".
Fondos que eran
escrupulosamente entregados a la sede de la CNT en Toulouse, cuyos
dirigentes
no tenían reparos en aceptarlos, pero a la vez criticaban a
los activistas por
la mala imagen que daban de la organización.
A
Facerías se le ocurrieron otras formas de llevar a cabo
"expropiaciones" que supusieran menos peligro que atracar un banco.
Los controles, por ejemplo. Escogían una carretera adecuada,
como el cruce de
los Cuatro Caminos de Molins de Rey o las sinuosas curvas del ascenso a
Montserrat, y se dedicaban a detener a todos los vehículos
que pasaban y a
quitarles a sus propietarios el dinero, la documentación y
todo lo que de valor
llevaban. En ocasiones llegaron a formar largas colas de retenciones. Y
cuando
llegaba el verano solían elegir carreteras de playa,
más frecuentadas, como la
costa de Garraf, entre Castelldefels y Sitges.
Este
sistema lo practicaron también en los garajes donde
la gente rica solía guardar sus coches. Encerraban en un
cuartucho al vigilante
nocturno y, a medida que llegaban los coches, iban desplumando a sus
propietarios. Las noches de ópera en el Liceo eran las
preferidas de Facerías y
los suyos.
Y luego
estaban los asaltos a los meublés, esa
institución barcelonesa que no desapareció ni en
los años más duros de la
dictadura: unos hotelitos que alquilaban habitaciones por horas a
parejas sin
necesidad de que mostraran el libro de familia. Nada que ver con la
prostitución, ya que sus clientes, mayoritariamente de clase
alta, los
utilizaban para aventuras pre o extramatrimoniales.
Una vez
reducido el único responsable del meublé,
el camarero, los asaltantes, que solían ser cuatro, iban por
parejas de
habitación en habitación y se apoderaban de las
pertenencias de los clientes.
Era un trabajo sin demasiadas complicaciones, por lo menos hasta la
medianoche
del domingo 21 de octubre de 1951, cuando se produjo un incidente en el
hotel
Pedralbes, situado en la carretera de Esplugas.
Uno de los
clientes no sólo se resistió, sino que
sacó un
arma, y José Avelino Cortés, compañero
de Facerías, disparó la metralleta sin
pensarlo dos veces y dio muerte a toda una personalidad, Antonio M. S.,
uno de
los más poderosos e influyentes constructores de Barcelona,
que estaba acompañado
de una chica menor de edad, hija de buena familia. Al oír
los disparos,
Facerías acudió y, al descubrir a la muchacha
llorando, le pidió que se
vistiera y que saliera del meublé con
ellos.
Subieron al
Cadillac, previamente confiscado, y lo detuvieron
en las inmediaciones del monasterio de Pedralbes para reflexionar,
analizar la
situación y decidir lo más aconsejable para la
chica. Facerías tomó la
determinación de que acudiera a la policía y
contara toda la verdad de lo
ocurrido. Y tuvieron la gentileza de acompañar a la menor
hasta los alrededores
de una comisaría.
Los diarios
del martes (entonces los lunes no había más
que la Hoja) dieron cuenta en unas breves
líneas de "un atraco a
mano armada en un hotel", pero en las calles empezó a
propagarse la verdad
de lo ocurrido, y la imaginación popular
añadió al suceso que la menor era
sobrina del constructor y que se iba a casar en unos pocos
días. Dos esquelas
típicas ("murió cristianamente") aparecieron en
la misma edición
confirmando la realidad de los hechos.
Aunque
públicamente no se citó su nombre, la
persecución
contra Facerías se intensificó de tal forma que
decidió marcharse a Italia,
donde pasó una larga temporada.
El
año 1949 fue clave en la lucha de los anarquistas para
derrotar a Franco. Entre mayo y noviembre se produjo la gran
ascensión y la
caída de la guerrilla urbana libertaria.
Facerías
llegó a Barcelona a primeros de mayo y convocó
una reunión en un pinar de la montaña de San
Pedro Mártir, en las inmediaciones
de la ciudad. Franco se disponía a visitar Barcelona con
motivo de la Feria de
Muestras y había que dar una respuesta. Acudieron unos
cincuenta hombres, entre
ellos Sabaté, Domingo Ibars, Ramón Vila... los
más destacados activistas. Se
plantearon acciones puntuales, como la colocación de bombas
en los consulados
de Bolivia, Perú y Brasil -tres países que
apoyaban la entrada de España en la
ONU-, pero, sobre todo, aquel encuentro histórico
sirvió para diseñar un
levantamiento popular en Barcelona, algo como poner en pie un
sueño.
Se
fijó la fecha para diciembre, en torno a navidades;
éste era el plan a seguir: Facerías, con sus
hombres, se encargaría de asaltar
la cárcel Modelo y liberar a todos los presos mientras
Sabaté estrellaría un
coche cargado de dinamita contra la Jefatura de Policía para
dejarla convertida
en escombros. Otro grupo irrumpiría en la sede de Radio
Barcelona, desde cuyos
micrófonos se daría lectura a un comunicado que
incitara al pueblo a tomar la
ciudad para liberarla, y, paralelamente, otros se
encargarían de confiscar los
talleres de Solidaridad Nacional y
sacarían una edición con la cabecera
de Solidaridad Obrera, el órgano
informativo de la CNT hasta 1939.
Massana y Ramón Vila se encargarían de aislar la
ciudad a base de volar las
líneas telefónicas y de alta tensión
que la alimentaban. Así, Barcelona sería
de nuevo, como en julio de 1936, territorio libertario.
Pero lo
real fue que Franco llegó el 1 de junio, y la
presencia en la Feria de Muestras de banderas de Francia, EE UU,
Inglaterra y
Alemania Occidental dejaba bien a las claras que el reconocimiento del
franquismo por la ONU estaba a la vuelta de la esquina. Aunque la
presencia del
maquis libertario se dejó sentir, ya que, además
de las explosiones en los
consulados, una bomba dejó paralizada la central
eléctrica La Afortunada, y
Facerías, personalmente, voló varios camiones
cisterna en unas dependencias de
Campsa.
Antes de
que llegaran las navidades, los libertarios
vieron desvanecerse su sueño. No solamente no pudieron
acabar con el franquismo,
sino que fue el franquismo el que acabó con ellos. En aquel
otoño-invierno de
1949, la resistencia libertaria fue aniquilada. Cayeron
prácticamente todos los
militantes del maquis, y los que no fueron muertos a tiros en la calle
o
ejecutados serían sentenciados a largas condenas. El
exterminio se cerró el 14
de marzo de 1952 con el fusilamiento de cinco anarquistas en el Campo
de la
Bota, en el mismo lugar en el que, 50 años
después, se levantarían las
instalaciones del Fòrum. Y así se
inició el largo túnel de los cincuenta.
Porque los
años cincuenta
fueron un túnel en
la lucha libertaria. Desaparecidos los cuadros del interior, retirado
Massana,
su presencia se limitaba a pequeñas acciones
esporádicas de escasa repercusión
social. Facerías fue expulsado de la CNT por "moroso" y
marchó a
Italia, donde entró en contacto con jóvenes
anarquistas de Grupos de Acción
Proletaria con los que compartió adoctrinamiento
teórico y prácticas en
"expropiaciones", que llevaron a cabo en bancos y joyerías
de Génova
y Roma.
A
Facerías se le pasó por la cabeza la idea de
marcharse
a Brasil, pero no podía resignarse a seguir en el
empeño de luchar frontalmente
contra el franquismo. En 1956 decidió volver a
España; lo hizo con su viejo
compañero Luis Agustín Vicente y un joven
italiano, Goliardo Fiaschi. Los tres
en bicicleta y mochila a la espalda. El 17 de agosto cruzaron la
frontera con
documentación falsa. Entraban en una España que
nada tenía que ver ya con la de
la posguerra: el aislamiento internacional había terminado,
Franco ya estaba en
la ONU y no cesaba de firmar pactos y alianzas con las potencias
democráticas.
Como dijo Churchill, "Franco puede ser un problema para los
españoles,
pero no lo es para Europa".
Llegaron a
Barcelona el día 27 y se alojaron en una cabaña
al pie del Tibidabo. Luis se fue a Sabadell a ver a un amigo y
allí le
detuvieron. El día 30, Facerías le dijo a
Goliardo que tenía que ir a una cita
en Barcelona y que, si a medianoche no había regresado, se
marchara a Francia.
Cogió su bicicleta y después un taxi para tomar
precauciones antes de la cita,
pero...
Su muerte,
que fue silenciada por la prensa libertaria,
pareció de alguna forma un anacronismo.
Pedro
Costa
(El País Semanal, 1.613 / 26-08-07)
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